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domingo, febrero 01, 2009

La mancha

A mi abuela le encantaba organizar saraos, ir al teatro, montar a caballo, jugar tenis… El quiquiriquí del gallo era su despertador y el comienzo de su actividad. Se levantaba gustosa para ir a la misa y a su regreso ordenaba todo, disponiendo, mandando; subía y bajaba, salía… Moviéndose siempre con la agilidad de una joven moza que, a veces, ponía a mi abuelo de nervios.
«Es que no me alcanza el tiempo», decía ella, sin dejar de hacer algo. Lo que fuera. Regar las plantas o tocar el piano. Sus manos nunca estaban quietas. Una vez la descubrimos que, dormida, tejía un jersey.

El abuelo meditaba, sentado y silencioso, con la mirada fija en una mancha dibujada en el techo de la sala. Parecía transportado a otra época. Completamente lejano del ruido y de la actividad de su entorno.
-Ya han pasado dos meses y parece que fue ayer cuando festejábamos aquí mismo con los primos –le dije.
-Sabia virtud de conocer el tiempo… -me respondió.

Me senté en el sillón y me uní a la contemplación del viejo. Comencé a encontrar formas en la mancha del techo. Primero distinguí una cara de hombre barbudo, luego ese rostro se transformó en una naricilla pecosa que acto seguido fue un perro con colmillos que rápidamente se convirtieron en un par de ojos gatunos que se difuminaron hasta parecerme todo unas olas de mar en movimiento...

-En el espacio nos movemos hacia cualquier dirección. Observa a la abuela –me dijo.
Y la miré: esbelta; falda larga; collar de perlas y arracadas; pelo cano, recogido en un moño. En esos momentos tenía el teléfono entre la oreja y el hombro; en una mano, un cucharón; en la otra, el encendedor de la estufa; caminaba alrededor de la mesa; removía comida en un recipiente; a la vez que hablaba por su inalámbrico, asentía o negaba con la cabeza a la cocinera que algo le decía, y daba probaditas a un guisado… No paraba de gesticular y moverse.
Volví a la mancha del techo.

-Abuelo, ¿cómo hago para viajar al futuro? Quisiera saltarme algunos días y volver al presente después de los exámenes…
-No puedes hacer esos saltos en el tiempo. Aún –me dijo, y agregó-: Sin embargo viajamos en el tiempo todo el tiempo, sin parar, a una velocidad de segundo por segundo en una corriente poderosa que nos empuja al futuro, sin tregua. Lo único que tienes que hacer es, como dijo Renato Leduc que dice el refrán, dar tiempo al tiempo
-Y estudiar, abuelito, no me queda otra salida… todavía estoy a tiempo.
-En el universo de Newton el viaje en el tiempo era imposible. En el de Einstein, se ha convertido en una posibilidad real -concluyó.

Y los dos mirando al techo continuamos dándole a la imaginación, sacando formas y figuras de la mancha… hasta que, de pronto, escuché la voz del abuelo:
AQUÍ SE HABLA DEL TIEMPO PERDIDO / QUE, COMO DICE EL DICHO, / LOS SANTOS LO LLORAN
Sabia virtud de conocer el tiempo; / a tiempo amar y desatarse a tiempo; / como dice el refrán: dar tiempo al tiempo… / que de amor y dolor alivia el tiempo.
Aquel amor a quien amé a destiempo / martirizóme tanto y tanto tiempo / que no sentí jamás correr el tiempo, / tan acremente como en ese tiempo.
Amar queriendo como en otro tiempo / -ignoraba yo aún que el tiempo es oro- / cuánto tiempo perdí –ay- cuánto tiempo.
Y hoy que de amores ya no tengo tiempo, / amor de aquellos tiempos, cómo añoro / la dicha inicua de perder el tiempo…

Luego, llegó de nuevo el silencio y la mancha. No sabría calcular por cuánto tiempo...

Ilustración: La primera de las diez láminas del test de Rorschach.
Fuente: Wikipedia.