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martes, abril 28, 2009

El cocinero


Una mañana que mirábamos manchas en la pared -nos habíamos aficionado el viejo y yo a la contemplación- mi abuelita andaba por ahí dando órdenes y disponiendo. Al encontrarnos meditando se transformó en huracán que arrasó con cualquier manchita que estimulara nuestro interior.

Y entre los reclamos de la anciana había algo así como: “¿¡Qué hacen!? ¡Toca el violín, declama, pero no estés nomás mirando la pared! ¿¡Dónde quedaron las cuentas y las matemáticas!? ¡La niña debe hacer sus tareas!”
Creo que le repliqué que estaba de vacaciones… cuando el abuelo tomó mi mano y tranquilamente nos fuimos caminando hasta el río, que estaba a unos cuantos pasos de la casa.

«Nunca te he visto pelear, gritar, ni discutir con la abuela», le dije.
Me respondió que amaba a su mujer y que, además, ella era su maestra.
«¿Por qué lo dices? Tú eres un sabio, abue… ¿qué tienes qué aprender?»
Entonces me contó una historia:

«Había una vez un hombre que ofrecía sosiego a los que llegaban a visitarlo.
-Maestro, te admiro por tus conocimientos… -le decían
-Eres el más grande, el más sabio… -se escuchaba.
Llegaban a su rancho que tenía las puertas abiertas a quien quisiera dormir, comer o pasear e incluso instalarse a vivir allí. Venían desde lugares lejanos a buscarlo, porque con unas frases del sabio, sentían alivio a sus pesares, y salían de sus dudas existenciales. Todos le tenían un gran respeto, por eso no se atrevían a hacerte LA PREGUNTA. Y sus seguidores, cada vez más numerosos repetían sus visitas sin atreverse… a preguntarle».

Mi abuelo hacía pausas en su relato que me llenaban de ansiedad.
«¿Qué pregunta, abuelito? ¿Cuál pregunta? ¡Dime! ¡Anda!»

Y el viejo continuaba:
«El gran maestro tenía un cocinero que le preparaba sus alimentos y le servía en la mesa. Este hombre era muy desagradable, grosero y le faltaba al respeto al sabio, y a veces hasta lo insultaba…
Los visitantes que llegaban a su casa, no pudieron más y finalmente se atrevieron a preguntarle por qué tenía allí a ese hombre pudiendo tener a su servicio a los más amables y buenos cocineros que lo complacerían en todo y jamás lo contradecirían o disgustarían en nada».

«Pero ¡claro! Abuelito, entonces no era tan sabio el maestro… podría comer riquísimo y en un ambiente relajado, sin embargo…»
Mi abuelo hizo una pausa y me miró… entonces callé y pensé que la historia tenía un fondo que aún no comprendía. Él continuó:

«El sabio dijo a sus visitas que el cocinero era su mejor Maestro de la Tolerancia y de la Paciencia, que cada momento que pasaba con él era un aprendizaje y que eso valía más que todo».

Tendidos en la hierba cerramos los ojos para escuchar con más nitidez el correr de las aguas del río… mientras imaginaba a la abuela cocinando esos platillos que tanto gustaban al viejo.

lunes, abril 27, 2009

OATES

Es un placer la lectura de cualquiera de sus novelas o relatos... donde sea que me encuentre.
Espero que llegue pronto a Cancún su nueva novela titulada Mamá.


Después de un tiempo de ausencia procuro volver a escribir en el blog.

Desde este espacio mando a tod@s abrazos y besos virtuales...

¡Cuídense! que yo también lo haré.