
Era la oportunidad de repasar con el abuelo. Llegó de visita cuando yo estudiaba para un examen de biología.
-La tierra y el hombre tienen la misma composición, más o menos un treinta y cinco por ciento de sólidos y un sesenta y cinco por ciento de líquidos –llegó diciendo el abuelo-. Las plantas, los animales y toda la Tierra estamos hechos con el mismo molde.
Me parecía muy interesante el tema del viejo, pero yo tenía examen sobre las jirafas…
-Abuelito, ¿sabías que la jirafa es la más alta de los animales, mide 5 metros de altura y pesa 900 kilos... aproximadamente?
-Las jirafas dan zancadas de seis metros –dijo, de pronto, y agregó-: No me extraña que pasen 18 horas al día comiendo, si sólo se alimentan de hojas tiernas de los árboles y hierbas.
El abuelo traía a flor de piel el tema de la dieta. La abuelita le servía platos con avenas, verduras y frutas y no le permitía comer grasas ni nada que le pudiera subir el colesterol.
-¿Quieres? –le mostré un chocolate amargo que saqué de mi mochila. Sabía que era su favorito.
-Las jirafas tienen algo angelical –decía, mientras saboreaba el chocolate- Seraf, de allí viene su nombre original, de los serafines.
Eso no lo encontré entre mis apuntes. Lo cierto era que mi abuelo tenía más información que los libros.
-Su lengua negra es tan larga que le sirve para limpiarse las orejas –dije, cuando descubrí que al viejo le salían unos pelillos de entre el lóbulo.
-Su corazón trabaja el doble de lo normal (de otro mamífero de su peso) para mantener la presión de la sangre en contra de la gravedad. Y cuando la jirafa baja la cabeza para beber o comer hierbas, un sistema de su organismo previene el exceso de sangre en su cerebro -afirmó, e hizo silencio, luego se llevó las manos al corazón y dejó de repasar conmigo.
Se recostó en la silla y, después de comerse completamente mi chocolate, se puso a mirar una mancha en el techo.
Me gustaría tener un sistema de infrasonido, como las jirafas, para comunicarme con el abuelo. Últimamente ya no veía tanto al viejo, sólo en las vacaciones, ya que vivíamos en ciudades distantes y yo los fines de semana tenía qué hacer trabajos y proyectos que me encargaban en la escuela.
Decía la abuela que salía a pasear solo… que buscaba lugares apartados para sentarse con su violín y allí se quedaba horas, hasta que ella iba a por él.
Mientras el viejo estaba absorto en las manchas, yo leí en silencio el último párrafo de mis apuntes: "Las jirafas viven en grupos de 20 a 30 jóvenes y, al envejecer buscan la soledad".
De pronto, el abuelo revivió y se puso a declamar
Pasatiempo, un poema de Benedetti:
Cuando éramos niños / los viejos tenían como treinta / un charco era un océano / la muerte lisa y llana / no existía.
Luego cuando muchachos / los viejos eran gente de cuarenta / un estanque un océano / la muerte solamente / una palabra.
Ya cuando nos casamos / los ancianos estaban en cincuenta / un lago era un océano / la muerte era la muerte / de los otros.
Ahora veteranos / ya le dimos alcance a la verdad / el océano es por fin el océano / pero la muerte empieza a ser / la nuestra.