
Desde que duermo de cara al oriente descanso mejor. Y hacía allí está el balcón. El sol proyectaba una sombra en la cortina. “Seguro es una mancha que se hizo cuando limpiaron los vidrios”, pensé.
Continué en ese estado desperezándome y proyectando el día que tendría, en las actividades y todas esas cosas que a veces le pasan a uno por la cabeza y que se llaman pensamientos. Cuando de pronto noté que la sombra de la cortina no estaba. Supuse que había sido una mariposilla que se paró del otro lado del vidrio y ya se había ido.
Me levanté después de planear mi día. Suelo abrir la cortina y la ventana para ventilar el cuarto y que entre el sol, sacudo las colchas, arreglo la cama y la habitación.
Al correr la cortina me encontré con la avispa más enorme que haya visto nunca. Tenía un aguijón como de diez centímetros, güera, esbelta y con franjas marrón, noté que le faltaba un ala, sin embargo parecía no importarle ya que estaba como acicalándose con las patas delanteras. No sé si ella me vio, creo que no porque siguió muy quitada de la pena en sus quehaceres, sin enterarse de lo que me estaba pasando a mí. Sin siquiera darse cuenta de la terrible ansiedad que me produjo verla allí, tan campante.
¡Ahhhhh!, grité. Era sorda, seguía limpiándose la carilla, los ojos saltones, su cabeza… se pasaba las patas por encima. Pensé que era bueno que estuviera dándose ese gusto, ese placer de limpiarse ya que en breve sería asesinada.
Me toqué allí donde sentí el piquetito nocturno y nada, una ligera marca rosada. Debe ser porque todas las noches tomo antihistamínicos y no me hizo mella la picadura. Pero también recordé que cuando limpiaba y sacudía la cama, encontré algo así como una alita de insecto.
Fui por una escoba y ¡zaz! ¡zaz! ¡zaz!
Me siento mal por haberla liquidado, debí dejarla que se fuera por el balcón…